VICENTE RIOL ALONSO
El pasado 8 de agosto nos llegaba la triste y dolorosa noticia del
fallecimiento de Chente. Aunque éramos conscientes de su grave enfermedad, no
por ello dejó de sorprendernos su prematura muerte.
Vienen a mi mente las palabras de esa canción que tantas veces hemos
oído en momentos como éste:
Cuando
un amigo se va
queda un
espacio vacío
que no
lo puede llenar
la llegada de otro amigo.
Cuando
un amigo se va
queda un
tizón encendido
que no
se puede apagar
ni con las aguas de un río.
Cuando
un amigo se va
una
estrella se ha perdido
la que
ilumina el lugar
donde hay un niño dormido.
Se nos ha ido un
amigo, un padre, un hijo, un hermano … que nos ha dejado ese vacío inmenso
difícil de llenar.
¿Qué decir de Chente? Los que
lo hemos conocido y tratado durante muchos años, desde su niñez, podríamos
decir y destacar muchos aspectos de su vida. Están, sin duda, en nuestra mente.
En bien de la brevedad, quiero destacar algunos:
-
Fue una buena persona, a pesar de sus cabreos en
algunas ocasiones. Era un hombre temperamental, con un genio vivo, pero noble,
que pronto olvidaba para retornar a la paz.
-
Un buen deportista en el que cabe destacar su
compañerismo, su amistad con todos los componentes de su equipo.
-
Un amigo fiel. A pesar de las distancias, siempre
ha mantenido esos lazos de amistad que hacía que en los encuentros, más o menos
distanciados, se borrara el tiempo transcurrido. Era volver a encontrar de
nuevo al amigo verdadero, auténtico.
-
Ha pasado por momentos difíciles. Uno de ellos,
su larga enfermedad, con unos días de ilusión y esperanza porque parecía
superada y otros, con desilusión porque había un retroceso. Pero, con sus más y
sus menos, supo llevar esas dolencias con valentía y hasta diría con elegancia.
Así lo encontré un mes antes ingresado en el hospital. En esta lucha con sus
dolencias fue un auténtico campeón.
Hemos perdido un
amigo. Su recuerdo permanecerá vivo en nuestra mente y en nuestro corazón. En
este momento estará presenciando nuestro encuentro y se sentirá satisfecho de
que le recordemos en un ambiente deportivo, muy querido por él. Esperamos que
en esa nueva vida sea feliz para siempre.
Entre tanto, nos
deja lo que él más quería: su hija María. Esperamos, María, que recuerdes
siempre su profundo orgullo por ti y que sigas cultivando esas magníficas
cualidades para que tu vida sea tan feliz como él deseaba.
Una mención especial
para Selita, su madre, que siempre vivió esa preocupación materna por sus
hijos, y especialmente en los últimos tiempos por Chente, que en sus dolencias
era quien más la necesitaba. Ese corazón herido por la pérdida de un hijo
queremos que recupera su entereza y valor. Es duro, muy duro, perder un hijo.
¡Ojalá podamos aliviarla un poco!